enero 12, 2008

Hoy desperté con esa sensación en el estómago, ¿sabes? La misma sensación de la primera vez en que nuestras miradas se cruzaron. Ese pequeño incómodo pero delicioso hueco en el estómago, que me dice que tú eres especial. Y es que lo eres. Única como sólo tú. Bella como sólo tú. Interesante como sólo tú. Absoluta como sólo tú. Hoy desperté con esa sensación en el estómago y no me quedó más que admitirlo. Me levanté de la cama, tomé mis cosas, volteé hacia el Cristo que tengo en la cabecera y emprendí el camino. Un camino hacia tí.

Salí de mi casa con un abrigo que aminorara el frío que hacía. Caminé por la calle para llegar a tu hogar y en el camino me detuve en la florería cercana, la cual todavía no abría. La sensación en el estómago seguía con intensidad. Con la misma emoción que surge cuando el primer amor. Sin saber bien a bien qué hacía, di media vuelta y volví a casa. Tenía miedo. Miedo por lo que pudiera ser y miedo por lo que no pudiera ser. Miedo. Miedo a no sé qué. Sencillamente, miedo. Así que, cobardemente, di media vuelta y regresé a casa, porque no quería saber más. ¿Y si las cosas no funcionaban? ¿Y si volvía a sufrir? ¿Y si tenía que volver a llorar y a padecer? No, mejor no. Dar vuelta. Ahora. Así. De regreso. Solo. Solo...

Pasaron los días en amarga soledad. Mientras leía el mismo viejo libro u observaba una nueva y mediocre película en televisión, sentía el peso de la soledad. Mientras cocinaba cualquier cosa o me bañaba, oía el silencio de la soledad. Mientras miraba por la ventana los atardeceres y preparaba mi ropa para el siguiente día, platicaba con la soledad. Si tan sólo fuera más valiente... Pero de qué podía servir la valentía si eventualmente caería en el vórtice del conflicto pasional, del desbordamiento espiritual, de la insolencia amorosa, de la bestialidad desesperada, de la condena al amor. Aunque... Es que... Tú. Tú eres la idea de un mañana con sonrisas. Tú eres mi fantasía más recurrente. Tú eres el amor. Tú como sólo tú.

Una vez más, tomé mis cosas y volteé a ver al Cristo en la cabecera de mi cama. Boté el libro, que leía en aquel instante, en el buró y me decidí. Basta ya de tormentos autoimpuestos. Basta ya de tonterías. Basta ya de indecisión. "¡Qué más da!", me dije a mí mismo. Sí. Ahora sí.

Resultó que aquella mañana un intempestivo aguacero me agarró desprevenido. Sin paraguas, ni nada más para cubrirme que aquella vieja sudadera, testigo de muchas aventuras. Empapado, volteé una vez más. ¿Otra vez el miedo al amor? No, esta vez no. Esta vez eras tú. Un par de luces alumbraron el camino y un automóvil se orilló. Desde dentro, tu dulce voz me invitaba a entrar y salvarme de aquella repentina tormenta en pleno diciembre. Entré y preguntaste a dónde iba. Te contesté: "No sé." Sujetaste mis manos frías y las llevaste a tu pecho. Sorpresivamente dijiste: "Yo sí sé." Un beso nos fundió en aquel instante y todo miedo se acabó. Me entregué nuevamente porque supe valía la pena. Apareciste y eso fue suficiente. Lo supuse desde que vi tus ojos. Lo entendí desde el hueco en el estómago. Lo asumí cuando me encontraste en medio de la lluvia. Lo supe cuando nos besamos por horas y no nos dejamos más. Lo creí cuando vi que me entendías y me amabas sin preguntas, ni contratiempos, ni desvelos, ni angustias. Ahora sólo tengo miedo de algo: No despertar con la misma sensación en el estómago cada mañana.

No. La verdad es que ya no tengo miedos. Sencillamente, sé que estás tú.

A mi Shmoopsie Poo.
Porque te lo debía y, sobre todo, por el tierno amor intenso.
Jerr. Enero 12, 2008.

1 comentario:

Osvaldo Antonius dijo...

Muy bien!!, el miedo es lo mas natural en las persona, pero hay que tener un miedo "bueno", el que es aquel que te impulsa a correr y a tomar acciones, como caminar bajo un aguacero inesperado y así, enfrentandolo el miedo pasa, llega algo más, algo que llena los huecos, dejandote agradables sensaciones.
Un abrazo