noviembre 18, 2007

Ratatouille: Contra la mediocridad

Ayer quedé MARAVILLADO. Siempre, siempre me pasa con las películas animadas de Disney (hay un par medio chafonas, pero siempre hay algo rescatable y son relativamente buenas). Pero últimamente, muy gratamente, me he topado con dos maravillas entre maravillas. No hace muchos años se estrenó Los Increíbles, película de la dupla Disney-Pixar (que ha sido un reverendo hitazo), una verdadera joya que, desde luego, se llevó el Óscar a la Mejor Película de Animación en aquel año. Lo verdaderamente notable fue que, en su momento, incluso se le candidateaba (¡hasta último momento se le vio muy viable!) para estar nominada a Mejor Película. Es decir, entre las "grandes". Digo, en lo personal me pareció una excelente historia, muy bien contada, ni qué decir de la animación. Ya saben, bien, muy bien. Entonces, mi inquietud de saber se volcó en el hombre que había dirigido aquella película: Brad Bird. El hombre en cuestión resultó para mí un maguito del cine, como director, por ende, un gran narrador de historias. Investigué un poco de su biografía, en la cual destacaba la dirección de un capítulo (o algunos, en realidad nunca lo entendí del todo) de Los Simpson. Después dirigió la cinta de animación tradicional (2-D), Iron Giant, que la verdad sea dicha nunca vi. Luego, hizo Los Increíbles. Por razones logísticas, nunca pude ver Ratatouille en el cine. Ayer la vi en la comodidad de mi hogar y, nuevamente, Brad Bird me dejó feliz.

Ratatouille es una belleza de película situada en la encantadora ciudad de París. La cual, no está de más decirlo, fue maravillosamente lograda en términos de animación por computadora, casi real pero con ese importantísimo dejo de caricatura que no podría faltar. En eso yace la importancia del género, me parece. Cuando surgió Final Fantasy, cuya expresión era más bien realista, supe que no me gustaba ni me gustaría un cine de animación de ese estilo. Por fortuna, Final Fantasy fue un fracaso y la dupla Disney-Pixar sigue acumulando triunfos por entender que la magia de la animación reside en la visión de caricatura, surgida en la animación 2-D. (Al principio, tuve una pequeña rencilla interna con la animación 3-D por desplazar a la 2-D, dejándola obsoleta y con pocos adeptos. Después, saqué toda emoción de por medio y me enfoqué a ver sin tapujos la nueva expresión. Obvio, me gustó.) La historia es muy exitosa: una ratita quiere ser chef y, con la ayuda del Gran Chef Gusteau que se aparece en su imaginación (pues ya está muerto), logra su sueño. Remy, la ratita, tiene el talento culinario pero nunca nos dejan la idea de que se convierte en un buen chef espontáneamente. En todo momento, Remy está aprendiendo a desarrollar su "talento innato" (que mejor dicho es "gusto"), el cual se perfecciona con la práctica, el aprendizaje continuo y la humildad de escuchar. Luego están Linguini y Colette, el chef Skinner y Anton Ego, el crítico que al final con el simple y común platillo de Ratatouille á la Remy se conmueve como nunca y llama a una rata cualquiera "el mejor chef de Francia". Varias ideas a desarrollar, pero poco espacio para hacerlo. Sólo entraré a lo siguiente: la idea del Gran Chef Gusteau, Tout Monde Peut Cuisiner! (¡Todo el mundo puede cocinar!). Es una idea en torno a la medianía y la mediocridad que siempre pueden aplastarse si te lo propones.

Fue entonces cuando, inevitablemente, vinculé la historia de Ratatouille con un texto reciente que leí de Eric Herrán, notable profesor de la dignísima Facultad de Ciencia Política del ITAM, La libertad (Tres expertos opinan). Básicamente, me situo en la idea de Tocqueville, quizás no casualmente filósofo aristócrata francés, sobre la "eterna lucha" entre libertad e igualdad en la democracia liberal. Dice Herrán que si las mayorías democráticas pudieran elegir entre éstas, "con seguridad pondrían a la igualdad sobre la libertad." Y, bueno, el punto importante es que Tocqueville propone que el fundamento a las libertades está en las costumbres, prácticas y creencias. Finalmente, la idea es que fomentando la participación civil y política, el compromiso pues, logrará acabarse con la medianía y la mediocridad que promueve (¿esencialmente?) la democracia. Después, las otras revisiones sobre Mill y Rousseau toman sus propios caminos y muestran las divergencias y convergencias. Sin embargo, hay algo que Herrán no dice explícitamente, pero creo que lo deja implícito y está veladamente mencionado: para los tres teóricos que revisa es posible el perfeccionamiento del hombre. Esta visión positiva en torno a la naturaleza del hombre (sé bien que Remy es una rata, no un ser humano, pero entienden el punto; además hay un momento en la película que esa situación es también debate) es lo que me brinca y hace que vincule el texto de Herrán con Ratatouille. Depende de nosotros y de un inexorable afán de aprender de todo y de todos, el crecimiento personal. La tolerancia y la apertura van implícitas en ello. Podemos ser mejores de lo que ya somos. Siempre habrá una forma de mejorarnos, de perfeccionarnos, de dar lo mejor de nosotros mismos. Au revoir, mes amis.

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