noviembre 22, 2007

Me pensé sin tí

Te veo acostada en la cama. Duermes y respiras con toda tranquilidad. Incluso es posible que sueñes. Yo tomo las llaves del auto y salgo del apartamento.

Así fue como ocurrieron las cosas y ni modo. Ya no quiero más gritos, sólo el silencio más apacible. Entiendo que por algo pasan las cosas. Al menos eso dice la abuela cada vez que metemos la pata. Seguramente, en su candor de madre de muchas batallas, ella ya sabe, con gran precisión, que así son las cosas y ni modo; que por algo pasan las cosas. En mi caso, no es que necesariamente lo entienda. Entiendo que debo entenderlo. Sí, eso: Entiendo que debo entender que por algo pasan las cosas. Muy bien. Ahí está la frase precisa para el pensamiento difuso. Por lo pronto, heme aquí pensando al respecto. Solo y taciturno, callado y concentrado. Podrían pasar mil cosas a mi alrededor y, en realidad, por el momento no me importa un bledo. Quiero saberme y entenderme. Estando las cosas como están, mientras manejo, decido cambiar la ruta de repente. Conduzco el auto por la ciudad sin destino alguno: la necesidad de estar conmigo mismo.

Desde hace tiempo que no puedo amanecer sin la perversa ira que me invade y corroe mi espíritu con sentimientos desenfrenadamente negativos. Me desbordo. Pierdo el control. Es un enojo hacia todo y hacia todos. Un día pensé que la culpa era de la vida misma. He amado dos veces en mi vida. De la primera, no hablo. La segunda nunca entendió, nunca ha entendido y nunca la he entendido. Al principio, pretendí justificarla. Encontraba mil razones y todas siempre me mantenían a su lado. La amé bien, pero algo más me perturbaba. Cada vez que la abrazaba, la sujetaba con la suficiente fuerza como para tatuarme en la mente lo mucho que la amaba. Sí la amé, de eso no me queda duda. Sólo que después me mentí para ser feliz, para facilitarme la vida. Esperé a que madurara, me empeñé en acompañarla en su viaje (no pensando en el mío), me aseguré de ver sólo lo bueno (que lo hay y mucho). La verdad me sujeté de un único y delgado hilo, pero eso me parecía suficiente. Luego vinieron los enojos porque yo no entendía sus olvidos, sus desatenciones, sus descuidos. No entendía que no se enfocará en lo nuestro de la misma forma en que yo lo hacía. De repente, un día, que yo mismo ayudé a construir, ella decidió que su vida profesional era más importante que lo nuestro. Para mí, las dos cosas podían ser compatibles. Ella no lo entiende, yo no la entiendo a ella. Nos distanciamos, nos lastimamos, nos fuimos perdiendo. Me fui.

Un día, mientras paseaba por un centro comercial, ella llamó. Sorprendido le pregunté cómo estaba. Ella habló sin rodeos: Quería que volviera. Me dijo que sabía que me amaba, que me necesitaba a su lado, que todo podía ser diferente, sólo que yo debía controlar mi carácter y debía procurar entender la difícil etapa en que ella estaba, una de crecimiento a costa de la vida personal. No podía limitarla, en eso tenía razón. Podía ser que yo no estuviera viendo ciertos matices. Lo medité. En realidad, no dudé en contestar: "De acuerdo".

A la siguiente mañana, seguiste siendo tú. A la siguiente noche, volvieron los gritos. A la siguiente semana, volví a sentirme solo mientras tú platicabas de quién sabe qué. Al mes, deduje que las cosas no cambiarían, porque tú eras tú y nada más. No soy yo quien deba juzgarte, pues quizás también peco de lo mismo. Sólo que, en todo caso, no hay lugar para dos iguales por aquí. Hoy, por fortuna, llegué antes que tú al apartamento. Tomé un vaso con leche fría, me senté a beberlo. Mi mirada se perdió en la nada. Un rayo de luz lunar entró por la ventana y me puse a pensar.

Quiero poder esperar un cálido abrazo espontáneo. Quiero poder tomar un café por las mañanas, mientras leemos el periódico, hablar sobre lo nuevo y platicarnos nuestras cosas. No tienen que ser los mismos intereses: el interés tiene que ser por el otro y ya. Quiero poder tirarme en el sofá a su lado sin que el encuentro intenso nos gane y que, así de simple, podamos demostrarnos nuestra felicidad. Quiero dedicar tiempo a perderme en mis pensamientos sin que sea motivo de reclamo. Quiero tener mi espacio sin perdernos el uno del otro. Quiero entenderla, aún sino la entiendo todo. Quiero ser sin dejar de ser. Quiero amar sin control, pero sin perder los estribos. Quiero amar de verdad. Un día dejé de creer en todo eso por la tonta idea de evitar la soledad. Por eso sigo aquí, a pesar de no ser feliz. ¿Podrás entenderlo? ¿Podrás evitar juzgarme también por ello y pensar que debe ser otra la razón por la que me fui? ¿Podrás ponerte en mi lugar por un momento? No lo has hecho hasta ahora. Pensar que hoy ocurra, por alguna divina gracia, es soñar demasiado. Yo ya no puedo con esta vorágine de angustias, de molestias, de rencores, de desvelos, de sentimientos caducos.

Volví. Entro a la recámara. Ahora me sé, ahora me entiendo. Volteo a la derecha y veo tu blusa colgada. Volteo a la izquierda y veo mi libro abierto en la página 234, justo donde lo dejé. Te veo dormir con toda tranquilidad. Suspiro. Tomo nuevamente mis llaves del auto y salgo del apartamento.

Mañana llamarás y yo, muy posiblemente, aquí estaré de vuelta.

A Moriana, querida amiga y asidua lectora.
Gracias, lo prometido es deuda.
Jerr. Noviembre 22, 2007.

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