diciembre 21, 2007

Pensamiento militante

"Eres muy bueno, muchacho. Tu único defecto es ser priísta, y lo sabes."

El más brillante politólogo que he conocido suelta la anterior frase en medio de una conversación sobre futuros profesionales y elecciones personales inciertas. Me imagino que lo hace porque piensa en la forma en que me limito a mí mismo por mi preferencia político-partidista. Es cierto, es muy posible que muchas veces me ponga barreras por tener un pensamiento militante. Aunque regularmente, cuando debo asumir el papel de politólogo a secas, procuro ser lo más imparcial posible. Pero no me es tan sencillo alzarme sobre el conflicto político y verlo todo con ojo crítico de politólogo juicioso. Justo como él lo hace, por algo es un tipo brillante. Es muy díficil quitar la subjetividad de todo lo que hacemos. Mucho más cuando hablamos de nuestro ámbito profesional, que resulta el campo donde (en teoría) se unen nuestros gustos y nuestros criterios. Pocos logran la susodicha "objetividad", y eso que sé que he aprendido de los mejores. Por un lado, sé que es un halago que me diga dicha cosa. Por el otro, me deja serias dudas, que me han perseguido todo el tiempo desde que milité en un partido político y me encontré con las maravillosas contradicciones del mundo real.

Desde que tengo uso de razón, en casa se ha hablado del "partido". Supongo que mi mamá y mi papá nunca se presentaron sus credenciales partidistas antes de casarse. Simplemente, el destino unió a un par de exacerbados partidistas y, como era de esperarse, engendraron a uno más. Más bien lo criaron. En ese sentido, quizás tenga razón la teoría de socialización partidista. En realidad, en mis primeros años de vida nunca pensé de más en política, de la cual ya de por sí se hablaba mucho en casa. No fue sino hasta la secundaria cuando empecé a interesarme más en ella. Mi padre, aunque ferviente priísta, siempre fue bastante crítico del sistema. De hecho, su entrada a las grandes ligas sindicales no se dio sino hasta que mostró un movimiento crítico fuerte contra el mismo sindicato y decidieron que era mejor tenerlo de su bando. Así se manejó siempre el sistema. Mi madre, la verdad sea dicha, es un caso distinto: ella nunca juzga al "partido", los rumores los mantiene como rumores y se mantiene ajena a toda crítica al partido. Dos diferentes tipos de priísta. Mi primer contacto directo con la política fue en el 2000. Asistí a mi primer mítin en un Zócalo abarrotado a favor del candidato presidencial Labastida. Me emocioné con la parafernalia y me sentí abrumado por el escándalo y el número de personas. Disfrutaba escuchar de los discursos y quería estar en todo. La verdad es que nunca vi esa emoción en ningún otro de los asistentes. A mi alrededor, habían sindicalizados pasando lista e intentando desafanarse rápidamente y habían personas humildes sentadas en el piso comiendo su lunch. Recuerdo que me enojé y le pregunté a mi papá por qué esa gente no ponía atención a lo que decía el "candidato", por qué no vibraban de emoción como lo hacían los que apoyaban a Fox, como lo había visto en la televisión. Mi padre sólo pudo contestar con un gesto preocupado, mientras caminábamos hacia el templete: "Este es nuestro partido".

¿Ese era nuestro partido? Lo demás es historia. Lo que más recuerdo del 2 de julio del 2000 fue la cara de mis padres frente a la televisión. Llegamos en la noche a casa y yo corrí a ver las noticias: Vicente Fox había ganado. Se lo dije a mi papá. Primero pensó que mentía y me regañó, después lo vio y no lo pudo creer. Mi mamá empezó a llorar (como siempre en las posteriores derrotas del PRI). Mi papá no sabía que hacer en semejante situación. Hacía unos días, el dirigente del sector obrero, La Güera Rodríguez había dicho claramente que no cederían el poder, que el PRI había llegado por las armas y sólo así se iría. Esa era una de las preocupaciones principales de mi padre, me imagino que se preguntó por varios minutos si se tendrían que cumplir las amenazas. Afortunadamente, Zedillo salió a aceptar la derrota y, gracias a la cultura presidencialista tan criticada, el partido se alineó. Después, gran parte de la noche sonó el teléfono.

Conocí al PRI en sus peores momentos. En los momentos sin rumbo, básicamente. Fuimos testigos de cómo el gran paraguas se cayó, dejó de cobijar a muchos. Fuimos testigos de la falta de militancia priísta. Pocos creían realmente en el PRI, muchos sólo creían en los beneficios de estar con el PRI. Cuando el PRI sale del poder, se salen la mitad de sus "militantes". Vimos a vecinos, que antes sólo veían con ojos tricolores, cambiar su visión a un azulado pragmático. "Es que son ellos los que están en el poder, vecino. No hay que navegar contra corriente". Bendita cultura priísta del pragmatismo político. Un tiempo me alejé de la política, aunque empecé a estudiarla y verla con sus matices. Esto me ayudó a saberme, entenderme e involucrarme. Conocí de la sobrada honestidad de muchos priístas, que han caído víctimas de una terrible reputación heredada. Viví en carne propia que los panistas y los perredistas pueden llegar a ser igual o peores que los priístas "legendarios". Me supe parte de la solución y me involucré en ello.

Creo en mi partido. Su ideología planteada es justo en lo que creo: pluralidad, democracia, justicia social, nacionalismo sin excluirnos del ámbito global, libre mercado con Estado vigilante, protección al medio ambiente, entre otros. Claro, nadie sabe que eso es el PRI, porque muchos priístas se han encargado de sepultar la ideología y enaltecer el pragmatismo. Varios priístas se han encargado de darle una terrible fachada al magnífico edificio partidista. Algunos priístas se han encargado de que los justos sean tachados al igual que los pecadores. Esos priístas cayeron víctimas de sus propios vicios. Esos "militantes" se fueron cuando el "cobijo priísta" se acabó, eso le enseñaron a la gente: pensar en términos de beneficios y no de ideales. No me ciego, pues sé que, aun cuando la ideología sea la mejor, en los hechos puede no llevarse a cabo. Dentro de mi partido, hacer que la ideología, los valores y la transparencia en el actuar imperen en nuestra actividad política deben ser prioridad. Sé que grandes males del país los provocó la cultura política sembrada por el instituto político en más de setenta años: la corrupción, la falta de participación, el involucramiento interesado, la cultura autoritaria. Lo sé y no lo niego. Yo no fui ni soy partícipe de ello, sin embargo, como militante, asumo la responsabilidad que implica cargar con semejante historia. Mi compromiso es para revertirlo. Desde dentro, siempre desde dentro. No hay otra forma de cambiar lo que está mal, sino es desde el origen mismo del mal. Roberto Campa, cuando renunció a su priísmo, dijo que él llegó al PRI con afanes de cambiar el sistema desde dentro. Bien, pero uno no claudica en sus intentos. Tantos que he oído que se fueron porque cambiar las cosas desde dentro fue imposible, pero, a donde se fueron, al PAN y al PRD, llegaron a replicar los vicios que juraron destruir mientras estuvieron dentro del PRI. Y es que algo es cierto: Nadie que tenga el poder querrá dejarlo. Ahora, en plena democracia, los azules y amarillos que ya tienen poder, se están dando cuenta de ello y asusta saber que ya no es sólo el PRI, sino también el PAN y el PRD. Lo bueno aquí sería que, buscando seguir en el poder, hicieran bien las cosas y mantuvieran la adhesión ciudadana. Desde luego, esto no es cierto en la mayoría de los casos. Se sujetan al poder afianzados en redes clienterales, acuerdos de interés y mañas electorales. No niego que el origen de muchos de estos males fue, precisamente, la cultura política que en otras épocas se difundión en nuestro país, pero he ahí el detalle. Ni soy un viejo priísta ni me siento parte de esa cultura política. Creo en el PRI como plataforma ideológica,;creo en muchos de los priístas que nos quedamos a salvar el barco,;creo en la crítica como motor del cambio interno. Creo en que, quedándome a dar la lucha desde "el origen de los males", puedo hacer más, que yéndome a otro lugar que ya está infectado por el mismo mal.

Lo único que sé es que nadie en política es una paloma. Asumir la bondad irrestricta de los políticos es pecar de ingenuo y quedarse a medio camino de hacer un cambio sustantivo. También, sé que no puedo quedarme en el ámbito de las ideas, pues lo que se requieren son hechos. Quizás no llegaré a ser un politólogo magnánimo por mi imparcialidad (aunque en cuestiones profesionales lo intento y creo que no me resulta tan mal), pero sí haré todo lo posible por llevar acciones que, desde mi perspectiva ideológica particular, son las que requiere el país. Unas de estas convicciones, me parece, nos atañen a todos sin importar distingos partidistas o ideológicos: erradicar la corrupción, generar participación y acabar con la pobreza. Creo que en México se necesita no sólo de pensamiento militante, sino también de acción militante. Eso es justo lo que pretendo hacer.

Jerr.
Diciembre 21, 2007.

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