diciembre 01, 2007

El pequeño marciano curioso

Un pequeño marciano se asomó un día a nuestro mundo. Pensó que todo era raro, que todo era demasiado... ¿humano? Sus padres alguna vez le advirtieron que no se interesara en ese mundo raro, que ya muchos esfuerzos habían hecho sus ancestros para ser lo suficientemente discretos para pasar inadvertidos. Los humanos no entienden muchas cosas. Así que lo mejor para todos era dejar "lo desconocido" verdaderamente desconocido para esos seres tan obtusos e incapaces de ver al otro sin prejuicios. ¿Qué podía esperarse de una raza en la que sentían desconfianza de ellos mismos? Sin embargo, el pequeño marciano siempre añoró el intenso azul de la bola terrestre. Suspiraba cada vez que la observaba desde aquel cráter cerca del polo marciano, donde se aglutinaba el agua tan preciada. Esa agua debió ser racionada desde hacía muchos siglos.
Cuentan las leyendas que los antiguos marcianos nunca pensaron en el agua hasta que el único rastro de ésta quedó en estado congelado en el polo del planeta. Ahora tenían que racionarla con toda prudencia para sustentar sus necesidades de agua que, gracias a la evolución, se redujeron al mínimo en los marcianos. Alguna vez, un marciano valiente tomó la iniciativa: la Tierra tenía mucha agua, hablaría con los terrestres y les propondría compartir su líquido vital, a cambio de amplio conocimiento acumulado por los marcianos en muchos más siglos de historia. Un día, la nave de ese atrevido marciano se perdió en el planeta Tierra. Un grupo de reconocimiento buscó a su compañero en el desierto donde cayó. Al encontrarlo, lo descubrieron disectado, destazado. Utilizaron sus poderes extrasensoriales y descubrieron que el marciano había sido sometido. Su compañero había extendido su mano en señal de paz y, ante el rostro atemorizado de los soldados terrestres, fue golpeado hasta perder la conciencia. Después, en una instalación militar, el marciano hizo el mayor de sus esfuerzos por entablar comunicación con los terrestres, por manifestarles el afán de paz con el que venía. Los humanos no hicieron el esfuerzo por entender. Tenían tanto miedo del marciano, y de lo que pudiera significar, que se cerraron a la opción de entender "lo desconocido". En un experimento, el marciano murió. Su esperanza murió desde mucho antes; los humanos no veían ni oían lo que no entendían. La curiosidad humana nunca fue generosa, era una curiosidad utilitaria, egoísta, perversa. Una noche el marciano lloró. No por él, sino por la impotencia que sentía ante la cerrazón del humano. Él vino con grandes expectativas y sólo le quedaba frustración.
Al descubrir esto, uno de los marcianos propuso acabar con todos en la base militar. El comandante lo detuvo. Era mejor dejarlo así. Volvieron a Marte y advirtieron sobre la maldad terrestre. Desde entonces, nadie en Marte añoraba nada de la Tierra. Aprendieron una máxima universal: cada quien vería por si mismo con lo que tuviera en sus manos. Se ajustaron a su nueva realidad y descubrieron cómo vivir con poca agua. Las naves se restringieron a un uso exclusivamente urgente. Nadie saldría del planeta. Los marcianos se quedaban en Marte.
El pequeño marciano ignoró toda advertencia histórica, familiar, planetaria. "Los humanos no podían ser tan malos", siempre se aseguró a sí mismo. Sabía de una vieja nave abandonada en un cráter no muy lejos de la ciudad subplanetaria donde vivía. Tardó en repararla pero lo logró. Se dirigió a la Tierra en ella. En la Tierra algunos lograron videograbar a la navecilla rondando por los campos y los bosques. Esos verdes, que le recordaban la piel de los más jóvenes marcianos, eran lo mejor de la Tierra, pensaba el pequeño marciano. El pequeño marciano nunca volvió a Marte. Nadie supo que fue de él. Hoy el ser humano llegó a Marte. Los festejos en la Tierra eran magníficos. En Marte nadie pudo conciliar el sueño. Una madre soltó una lágrima amarga. Las naves volvieron a ser encendidas.
Jerr. Diciembre 1, 2007.

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