marzo 30, 2008

Oscuridad, primera parte.

Eran las ocho de la noche en la Ciudad de México. David había llegado de la universidad un par de horas antes, después de un largo día, en el que tuvo que investigar un gran rato en la biblioteca. Ahora estaba acostado en su cama, revisando su correo electrónico en su computadora portátil. De pronto, un apagón. David se molestó, leía el correo electrónico de un viejo amigo. Le decía que se vieran. Justo cuando iba a leer el sitio de la cita, se fue la luz. Soltó un suspiro. El silencio total de una noche sin electricidad. Incluso no había ruido en los cuartos aledaños de la vieja casona, que le servía de hogar en la capital. David era un estudiante de intercambio y vivía en una casa de estudiantes que patrocinaba el gobierno de su estado. Hacía unos segundos había mucho ruido: televisores encendidos, música a todo volumen en otro cuarto y la plática alejada de una pareja. Ahora, de repente, nada. Soltó un suspiro. Sólo unos minutos duró el silencio perturbador.

Los aullidos desesperados de los perros en las casas vecinas empezaron a oírse. David hizo una mueca de curiosidad. Aguzó el oído. Entonces, se oyeron gritos, muchos gritos. Desgarradores gritos que podían sentirse en las entrañas propias como fuertes ardores decadentes. Sirenas de patrullas y ambulancias rondaban por la ciudad para desaparecer repentinamente en la noche macabra. Golpes sordos de choques. Una explosión. Los gritos se acercaban, empezó a notar David. Empezó a asustarse. Un miedo descomunal comenzó a apoderarse de él. En ese mismo instante, escuchó cómo se abría el gran portón de la vieja casona. Y los gritos dejaron de ser lejanos. Los gritos estaban ahí. Al escuchar el primero, el de una mujer, se levantó de un salto. Cerró la computadora y la puso en el piso automáticamente. Ni siquiera pensó, reaccionó involuntariamente.

Hacía unos años, David había notado una tabla floja en el viejo y grande armario que estaba en su amplia recámara. De hecho, en aquella recámara podían alojarse hasta tres personas. Un tiempo, cuando él recién llegó a la capital, hubo otro inquilino en su cuarto, pero al acabar el semestre este muchacho terminó sus estudios universitarios y dejó solo en aquella recámara a David. Cuando eso ocurrió, David exploró el cuarto a sus anchas y notó la tabla floja en el armario, ahora que estaba más vacío que de costumbre. Entonces, se dio cuenta que en aquella tabla floja había un hueco lo suficientemente grande como para albergar a una persona acurrucada. Seguramente, en tiempos pasados, se usó aquel escondite para contrabando o algo por el estilo. Nunca más le volvió a prestar atención a aquel escondrijo.

De la nada recordó el viejo escondrijo del armario. Corrió hacia él y se metió, acurrucándose. Acomodó lo mejor posible la tabla, de tal forma que no se notara fuera de lugar. Su respiración era trepidante, pero de alguna forma pensó que, si quería salir de ésta, debía calmarse. Mientras lo intentaba, escuchaba más y más gritos por toda la vieja casona. Una especie de grullidos poco escandalosos, pero terribles, también. Hizo el esfuerzo magnífico del que no tiene otra opción y mantuvo su respiración al mínimo. Así fue que oyó abrirse la puerta de su recámara con un fuerte golpe. Escuchó pisadas. Grandes pisadas vacilantes, primero, y decididas, después. Alguien o algo buscaba en la oscuridad. Luego oyó un segundo par de pasos. Gemidos y grulliditos por aquí y por allá. David mantuvo la respiración. Rezaba. Rezaba inconcientemente. Cuando uno de ellos se acercó al armario, David sintió el miedo más grande de la vida. Una parte de él le pedía salir corriendo, la otra le exigía mantenerse quieto y en silencio justo donde estaba. Salieron de ahí.

Por varios minutos u horas, David nunca lo supo, estuvo ahí acurrucado. A veces tembloroso, a veces pensativo, a veces perdido. Nunca supo cuánto tiempo pasó. Seguro fue un día completo, porque vio un pequeño resplandor de luz por un tiempo y, después, nuevamente oscureció. Al principio, todavía se podían oír algunos ruidos. Oyó por algún tiempo un quejido dentro de la casona, pero con el tiempo el quejido se silenció. Cuando se terminó todo sonido en la casona, en los alrededores y en el mundo, David decidió salir de su escondite. ¿Qué había pasado? Una pequeña luz azul iluminaba interminentemente el amplio cuarto. Era su celular, tirado cerca del buró junto a su cama. Lo tomó y caminó hacia afuera.

Avanzaba por la casona a tientas. Sabía el camino. Un par de años en aquella casona lo tenían familiarizado. Mientras bajaba las viejas escaleras se topó con un bulto en el piso. Comenzó a llorar, llorar quedamente, sujetando el llanto en el pecho y manteniendo la compostura. Sintió algo húmedo en la pared y quitó la mano con horror. En el último escalón había un charco de algo que él no quería pensar qué era. Entonces alcanzó a ver un poco más, en la espesura de la noche, pues se filtraba algo de luz lunar por los amplios ventanales de la casona. Se asomó y notó por qué la luz lunar era tan tenue: espesas nubes cubrían el cielo y sólo dejaban asomarse brevemente la luna. Salió por el portón y vio el desastre en que estaba convertido todo. Automóviles chocados y humeantes. Cuerpos esparcidos por la calle, de humanos, perros y quién sabe qué más. Se dobló del dolor en el estómago y vomitó. Sollozaba quedamente. Sin soltar un sólo llanto, pues el miedo a ser escuchado (¿Por quién?) era mayor, caminó unas cuadras sin rumbo. Incluso, pensó en usar el celular, pero le dio miedo usarlo. Enfiló hacia la avenida principal más cercana. Atestiguó que estaba solo al llegar ahí. Todo mundo había muerto. ¿Qué había pasado? No había el menor rastro de electricidad por la ciudad. Era una ciudad fantasma. Recordó que su computadora portátil aún tenía bateria, pues también parpadeaba un foco al salir de su recámara. Su familia, sus amigos... Seguía sollozando quedamente. Quería respuestas, regresó por donde vino, rumbo a la vieja casona. En la oscuridad.

[Continuará.]

Jerr. Marzo 30, 2008.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Ya terminalo amigoooo me quede super intrigada caray!!!

bsos Diana

Patricio dijo...

Concuerdo con diana, espero que lo termines a la brevedad posible.

Anónimo dijo...
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