mayo 26, 2008

Recuperar los valores

Últimamente he estado observando la falta de valores como algo preocupante. Tenemos que recobrar la moral como un parámetro de conciencia, un parámetro de convivencia, un parámetro de vida. No me refiero, desde luego, a una moral hipocritona del siglo XIX. Sencillamente, me refiero a la moral, como un patrón de entendimiento ético y sustento activo. Recobrar los valores que nos hicieron fácil y llevadera la existencia en coexistencia debe ser un asunto primordial de este inicio de siglo.

Básicamente hablo de recuperar un grupo importante de valores: el respeto, el compromiso, la fe, la decencia (entendida como una integración social a partir del apoyo al prójimo y el entendimiento con éste). Entiendo que sino hay respeto no puede haber diálogo y, con ello, la necesaria comunicación, que nos hace sociedad, se colapsa. Se pierde el respeto a uno mismo y a los demás, en sus distintas expresiones. Una expresión o posición no debiera ser juzgada, mientras que no afecte a terceros y mientras no pretenda imponerse como única y, por ello, "verdadera". El compromiso se ha perdido en todos los aspectos. Carecemos de compromiso con lo que hacemos; no hay involucramiento fuertemente cimentado y la paciencia se ha agotado en muchos casos. Vivimos en un mundo donde la inmediatez es imperante y, por lo tanto, la desesperación al descubrir que las cosas no son fáciles afecta nuestras mismas relaciones interpersonales. Queremos resultados ya y nos olvidamos del esfuerzo como punto clave de toda superación, mantenimiento y vigencia. Ya no hay compromiso en las relaciones amorosas, porque no lo sustentamos en algo más elevado que el mero deseo carnal y el desenfreno sexual. Es más, lo dejamos en eso y no lo explayamos a lo que debiera ser, porque nos hemos dejado manipular por las observaciones simples que nos dicen "eso no tiene mayor importancia que una mera necesidad natural". La fe nos da un sustento ético basado en la creencia omnipresente que hay algo más allá. Algo más allá que se sale de toda posibilidad terrenal y a lo que nos atenemos en última instancia. Posiblemente, lo divino no sea tangible (incluso, llevado al extremo, puede que no sea, que no exista), pero bien que sirve para darnos un patrón al cual sujetarnos ante el dañino desenfreno. No por ello digo que nos cohibamos, pero sí que procuremos contenernos ante los excesos, los cuales no puede negarse siempre son malos y dañinos (simplemente, en términos físicos, para aquellos que entienden sólo lo tangible). Finalmente, ya no hay decencia, pues la integración social palidece ante un exacerbado individualismo, que nos hace creer que "primero debo pensar en mi bienestar". ¿Tú sales dañado? Eso no importa, porque yo estoy bien. Obviamente, con el tiempo, será evidente que si tú no estás bien, yo no puedo estar bien. Al final de cuentas, mientras las cosas sean como son, para nadie puede quedar duda que la existencia es coexistencia. No somos sino somos en función a otros, a algo externo, a alguna referencia ajena.

Para todo esto, para una existencia armoniosa, recuperar los valores lo es todo. No podemos permitirnos caer ante las minorías ruidosas que hablan de "liberarnos de toda atadura", al eliminar todo patrón moral y valor de nuestra vida. Precisamente, atarnos a esta serie de valores es "liberarnos". De otra forma, se carga con lastres que impiden el desarrollo humano integral: emocional, intelectual y físico. Sólo así: recuperando los valores.

Jerr. Mayo 26, 2008.

1 comentario:

IZ dijo...

Lalo.

Hay una parte de lo que dices que me hace mucho sentido. Coincido en que es necesario, en muchas ocasiones, tener algún parámetro de ética o "valores" que guíen algunas de nuestras acciones.

Pero hay un problema grande: eso de los valores es un concepto tan etéreo, tan subjetivo, que en principio resulta difícil que todos nos pongamos de acuerdo en cuáles van sobre cuáles. Además, otra cosa: creo que hay veces que uno actua de alguna manera que podría parecer poco ética a primera vista, pero que esconde motivos imposibles de conocer para el observador comùn. O sea, lo que quiero decir es que a todos nos resulta bien fácil juzgar (lo hacemos todo el santo día) sin saber realmente qué es lo que está detrás de las acciones de una persona... y es fácil equivocarnos en esos juicios, o hacerlos demasiado a la ligera.