junio 14, 2007

La vida vista desde la neurosis

Hoy empecé a creer seriamente que mi vida puede ser digna de filmarse por Woody Allen. De verdad, estas relaciones humanas mías, siempre tan cargadas de elementos irónicos y complejos, no se verían mal en un encuadre fílmico. Mi vida: una chiste de humor negro.

Un viejo fantasma comenzó a recorrer mi mente hace unos días. De pronto salió de ella y se puso a perseguirme por aquí y por allá... Evidentemente, todo un neurótico yo. Un neurótico es, básicamente, una persona que tiene un desorden (un desequilibrio, mejor dicho) mental, pero esto no afecta directamente la capacidad de razonar del individuo ni, mucho menos, su capacidad de llevar a cabo actividades cotidianas con normalidad. Así las cosas, el fantasma éste se puso a seguirme todo el tiempo en todos los lugares. De repente, lograba escondérmele, a veces sólo lo ignoraba. Pero ahí estaba él: constante. En ocasiones me daba toquecitos en el hombro y, cuando yo volteaba, el fantasma ya había echado a correr, riendo burlonamente, pues sabía que no lo podía atrapar. Canijo fantasma. Todo por una visita inesperada a mi perfil de esa cosa llamada hi5. ¿Quién iba a creer que aquel “gatito” me anduviera espiando? Mi consuelo es decir que lo hacía porque no sabe qué tengo de especial para que ella no me olvide. Aunque bien podría ser que se esté burlando de que él ahora la tiene en la cama y no yo. Lo más seguro es que fuera mera curiosidad, sin ningún sentimiento comprometido de por medio. Pero yo soy un neurótico y sin remedio; me pongo a pensar por qué se metió a ver mi condenado perfil, el cual es bastante divertido pero también explícito. Podría saberlo todo de mí, sin saber nada yo de él. De nuevo, más preguntas. De nuevo, más agobio. Dicen que la respuesta está en mí. Es lo mismo que me han dicho cinco terapeutas hasta ahora, pero sin acertar en el camino, cabe decir. Por lo pronto, y volviendo al tema que nos atañe, el viejo fantasma recobró fuerza con aquella inesperada visita. Voilá! La fuerte depresión arribó al país de “ya no me importa nada”, resultando en que sí me importaban algunas cosas, después de todo.

Pasó una semana de agonía depresiva, más bien nostálgica. La verdad sea dicha: Hace tiempo dejé de sentir amor, lo que se dice amor, por ella. Tal vez un dejo de deseo, pero eso es normal. ¿A qué mujer no he deseado, en algún momento? Bueno, sí, a una que otra para nada, pero al grueso de ellas les encuentro bastante gracia. En fin, la cosa es que ya no sentía el amor que me hacía profesar una inmensa tristeza por la soledad ante la falta de ella. Demasiada larga la frase, lo sé. Sí hay algo de la tristeza que queda con las cosas no bien resueltas. Esa pizca de amargura por saber que algo pudo haber tenido más futuro, o un final no tan malo, si las cosas hubieran sido de otra forma. Por eso, estuve taciturno al inicio de la semana.

A media semana, el canijo fantasma aumentó sus terribles ataques. Una y otra vez emprendía embestidas, fastidiosas embestidas, contra mi vulnerable persona. El miércoles por la noche sus ofensivas tuvieron efecto: estuve al borde del desmoronamiento emocional. Sin embargo, la maravillosa esperanza tenía una forma y una cita concreta con el destino. Hice una cita para salir el jueves a primera hora y olvidar un poco las amenazas del malvado fantasma. Por así decirlo. Tres minutos antes de la hora acordada, en pleno camino, la joven dama canceló. Frustró mis intentos de pasar un buen rato y fastidiar al fantasma, echándole en cara que mi vida sigue. Ni modo. ¿Qué hacer?

El problema está en que la conjunción de todos los eventos sacudió, en determinado momento, el sentido de mi vida. Parecía ser que, de alguna manera, los replanteamientos emocionales, que venía emprendiendo, resultaban fallidos. Replanteamiento emergente: Al diablo las parejas. No funciona eso para mí.

Mi vida tenía que continuar. Debía salir a verificar mi automóvil, pues en esta ciudad tan contaminada parece ser un método “eficiente” para contribuir a la disminución de contaminantes por vehículos. Dentro de los planes jamás pasó ir con el mecánico de confianza. Simplemente, podía llevar mi auto directamente al centro de verificación, sin intermediarios de algún tipo. El maravilloso destino tenía contemplada otra cosa. Al subir al auto, la palanca de velocidades brincaba. Una falla mecánica totalmente inesperada... Such a shortcoming! Habría que ir al mecánico de confianza antes de ir al centro de verificación. Llegué al mecánico, ya un poco harto de la vida. Bueno, en realidad, declarando oficialmente mi odio hacia ella. Son sólo matices. Y, al esperar al mecánico, parado en plena calle, mis ojos pusieron la mirada en el fantasma hecho realidad. Ahí iban. Justo en frente de mí, en el coche del fantasma del pasado, el mediocre intruso a mi perfil y ella. Si me vieron o no, de eso no me di cuenta, pues llevaba mis gafas solares. Sólo sé que yo los vi. Justo hoy: día de depresión por ella y por la de ahora, día de replanteamientos profundos, día de agobios inconmensurables. Hoy. ¿Qué hice? Solté una bella carcajada irónica y seguí viviendo.

Mi vida puede ser digna de filmarse por Woody Allen.

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