septiembre 27, 2008

Un fragmentito de Los demonios de la lengua

Se me perdonará mencionar, no sin temor, a ciertos demonios que parecen ser una de las causas, o la causa, de aquel horror que todos presenciamos. Desde entonces, ellos son conocidos como "los demonios de la lengua": los de la larga lengua del predicador jesuita que en el templo de san Ignacio salía de su boca medio metro y algo más, dando latigazos convincentes, emotivos y hasta razonables, a un público pulcro e instruido que llevaba sus culpas al sermón del domingo como sus niños al zoológico.

Yo mismo participé en las audiencias del Santo Oficio, con la certeza secreta de que no era posible juzgar este caso con los pocos e inciertos datos que teníamos. Si bien muchos más me han sido revelados con el tiempo, a través de las telas secretas del confesionario, mi duda no ha hecho sino crecer: los demonios de la lengua siguen siendo para mí demonios sin nombre, más peligrosos por ello puesto que lo que no se nombra no tiene medida. Su extensión es la de la noche y, como se sabe, de la esencia de la noche estamos hechos en gran parte. Los demonios de la lengua me revelaron entonces que pueden estar en quienes los perseguimos con furia, puesto que son la furia. Ha llegado entonces la hora de, en mi turno, revelar esta historia.

Alberto Ruy Sánchez, Los demonios de la lengua.

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