octubre 21, 2007

Ráfaga de colores

Aquella noche salí de casa apresurado. Apresurado con no sé qué. Sencillamente, apresurado. Por todo y por nada. La noche me cubría por todas partes. Sin decir absolutamente nada, solamente emprendí el camino de la vida. Cruzaba calles y calles. Caminaba por las banquetas. Saltaba obstáculos. Observaba. Mejor dicho, sólo veía. Nada importaba. Apresurado yo. Apresurado. Uno, dos. Vamos, hacia adelante, vamos. Una pareja ahí, en una de las ya innumerables banquetas. Ella sentada y él tirado en el piso. Los dos se abrazaban fuertemente y lloraban seguramente por algún incontable (e intragable) hecho del amor, o mejor aún, algún deshecho del amor. Ahí voy. Sigo mi camino. Uno, dos. Sin parar. Corro. Brinco. Un hombre oscuro, tan oscuro como la noche, me ve con inquietud. Él está solitario en un rincón de aquella interminable calle. Da vueltas y vueltas. Apresurado yo. Veo un bote de basura a mi lado, de esos grandes. Sin motivo alguno, salté sobre él. Tomé un impulso inusitado y emprendí el vuelo.

Ahí voy. Volando. Sintiendo la libertad plena. Estiro mis brazos y me dejo llevar por las corrientes de aire. Respiro profundamente. Siento la libertad plena. Observo a mi alrededor. Muchos techos de casas. Las incontables cosas que hay en aquellos techos: tinacos, chácharas, tendederos, basura, nada. Ahí voy yo: volando por mi entorno. Un pájaro me voltea a ver incrédulo e indignado. ¿Qué hacía yo invadiendo el territorio que ellos habían conquistado hace ya tanto? "It's disgusting", mi pensamiento espontáneo fue en inglés por alguna razón. Pateé tan fuerte como pude al pájaro y lo mandé a volar (curiosamente literal en esta ocasión). "Por egoísta, quisquilloso y mamón", me dije. Seguí con el vuelo. Por un momento, mientras paseaba por las colonias aledañas a mi casa, me sentí muy cansado. Me senté en un tupido árbol y la música de mi canción favorita llegaba a mis oídos. Entonces, tuve una idea.

Salí disparado a su casa. Volé hasta allá y me asomé por la ventana grande, que daba hacia la calle. La vi reunida con su familia, platicando con ellos, sentados alrededor de una mesa. Sonreí por mis tonterías. Luego pensé en mi mejor amigo. Me dirigí hacía allá. Volaba con una increíble habilidad, inconcebible por ser novato al respecto. Di piruetas, marometas y todo tipo de movimientos mientras cruzaba al aire. Vi a mi mejor amigo tirado en el sillón de su cuarto, viendo la televisión. Predecible. Volar me daba un gran poder. Fui a todas las casas de los que recordaba. Fui a ver a amigos, familiares y aquella amiga, la guapa, de la que siempre he estado enamorado. De repente, vi venir a lo lejos una ráfaga de colores. Me quedé esperándolos. Llegaron, me envolvieron, los sentí. El azul volteó a sonreírme, siempre queriendo quedar bien. El rojo me cubría y me hacía olvidar mis penas. El violeta me resultó aciago, pero el amarillo me hizo recordar los éxtasis más intensos.

Me sentí caer, me sentí perdido. Cuando estaba a punto de golpear el piso, logré retomar el vuelo pero ya no era tan potente como antes. Tuve que bajar en un parque cercano a mi casa. Un gato lamía sus partes y volteó a verme, le tuve miedo y salí corriendo. Mientras lo hacía, él me gritó: "¿Es que no tienes un cigarro que me regales?" Corrí, corrí, corrí. Pasé oscuros corredores, andadores, banquetas. Volví sobre mis pasos. La pareja de enamorados seguían en la misma posición en la que los dejé, sólo que ahora eran sólo esqueletos, ni siquiera cadáveres putrefactos. Ya sólo quedaban sus osamentas. Corrí. Intenté un par de brincos más, pero ya no logré alzar el vuelo. Llegué a mi casa. Entré jadeando y me fui directo a la cama. Me tumbé en ella y me hundí en el más pesado de los sueños. Las pastillas se habían acabado; el viaje había terminado; la ráfaga de colores jamás volvió.

Jerr. Octubre 21, 2007.

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