septiembre 08, 2007

Sé que te quiero

Sí, es cierto. Sé que te quiero, sí. Pero, ¿en qué momento dejó de ser el cuento de hadas que alguna vez supuse? ¿En qué momento se desmoronó el castillo de arena que fuimos creando juntos? Bueno, claro está: siempre fue de arena. ¡Qué más da! Un castillo de arena, como la mayoría de las cosas, se puede reconstruir. El problema es saber si queremos reconstruirlo. O, peor aún, el problema es saber si debemos reconstruirlo. La maldita acción deontológica siempre persiguiéndonos. Aún cuando todos los esfuerzos del mundo contemporáneo van dirigidos a socavar todo régimen moral en aras de la pluralidad desmedida. No es que tenga problemas con la pluralidad desmedida, sólo es que a veces quisiera que fuéramos más parecidos, más homogéneos, más parejos. Quizás esto implicaría ser más entendibles. Y es que... ¡No entiendo nada! ¿Qué está pasando? Sí, ya sé que hace tiempo te prometí la luna y las estrellas, un mundo sin fronteras y mi presencia eterna; ahora ya ni siquiera sé si deseo bajarte una insignificante nubecita de neblina baja, o si quiero llevarte nomás aquí a Texcoco o si mi presencia se reduce a lo que la agitada vida me permite. No te exento de crimen alguno; también has abonado (y bien) a esta situación, a la situación de la degradación constante de la voluntad amorosa. Sí, la misma voluntad amorosa que alguna vez me hizo subir un cerrito y pintar aquel gran mensaje que viste una mañana. Aquel gran mensaje provocó en tí un llanto franco, profundísimo. Un llanto cuyas lágrimas embarraste en mi cara, mientras me besabas con desenfreno y pronunciabas una y otra vez: Te quiero, te quiero, te quiero. No sé si fue la emoción, el caso es que, por primera vez -lo recuerdo muy bien- dijiste: Te amo. Así nos lo creímos y, sin decirlo explícitamente, nos fuimos jurando amor eterno. ¡Pero qué estupidez! ¿Cuántas veces ya he jurado amor eterno? Espero que la eternidad admita la poligamia, pues a estas alturas así tendría que ser. No. ¡Qué va! ¿¡Cuál poligamia?! Ojalá admita orgías, porque estoy seguro que, aquellas a las que he jurado amor eterno, también ya han jurado, por su lado, amor eterno a otros desgraciados que, a su vez, han jurado amor eterno a otras tantas (y por qué no, también a otros tantos). ¡Qué maravilla! La hondura del amor sentido y la firmeza del compromiso contraído son incontrovertibles. En fin, volviendo al tema, debo decirte que estamos en problemas, en serios problemas. La voluntad amorosa -tan vaporosa como suele ser- se nos está acabando. Nos estamos despidiendo sin decir adiós. ¿Qué otra cosa podía esperar? Si nos juramos amor eterno sin siquiera presentarnos. Sólo así, fuimos asumiendo cosas y embonando partes del gran rompecabezas y un día nos planteamos la grandiosa idea de compartir nuestras existencias para siempre. ¡Imagínate! Llegué a imaginar despertar con tu aliento soplando a mi cara todas las mañanas y, ahora que lo pienso, ya no me parece lo más atractivo de mi futuro tan planeado y ahora tan quebradizo. Son cosas de miedo al compromiso, dijo mi mejor amigo ayer. Puede que sí, pero también puede que no. A lo mejor, como dicen tan sabiamente en cada una de estas situaciones las mentes más brillantes, sofisticadas y claridosas (nunca faltan en estos momentos): No eres para mí. No, pues sí. Tan dilucidante como cierto. En realidad, no sé. No me explico tantas cosas. Y, al final del día, sólo deseo levantar el auricular y escuchar tu voz. La voz que me calma y me exaspera, la voz que me anima y me entristece, la voz que me excita y me lastima. Esa voz multifuncional. Pero así me gusta: multifuncional. Me gusta saber que contigo puedo todo y que muchísimas veces debo emprender la titánica lucha de convencerte para poderlo todo. Sin embargo, de repente, es tan agobiante tener que emprender esa lucha titánica y es por eso que no sé y no tengo idea. Contigo topo con pared y a la vez se expanden mis horizontes. Platicamos y encontramos coincidencias; actuamos y encontramos divergencias. ¿Dónde está ese afán de hacerte parecer la cosa más perfecta en el universo? Me da miedo saber que no lo eres y, a pesar de ello, quererte. Es preocupante saber que tienes defectos y, a pesar de ello, quererte. Dicen los psicólogos, y no sé que tan cierto sea (a ellos siempre hay que dudarles), que si acepto tus errores y aún así te necesito con una controlada inteligencia emocional, entonces te amo. No sé si te necesite con locura, pero sí sé que te quiero. Quizás y sólo quizás, sí hay méritos para que le dediquemos unas horas más a levantar de nuevo el castillo de arena, que se llevó la última ola traviesa. Sino, demos media vuelta y emprendamos un nuevo viaje. Me parece que, si eso pasara, seguiré sabiendo que te quiero.

Jerr. Septiembre 8, 2007.

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