octubre 30, 2008

Me encantan las putas

Desperté a duras penas. La verdad es que despertar siempre, toda mi vida, me ha costado trabajo. No es que no duerma bien, sencillamente despertar es algo que no me gusta. Mucho menos despertar junto a alguien. Ella lo sabe, así que, hoy como siempre, se fue antes de que yo despertara y me diera cuenta que seguía ahí.

Llevo años fornicando con ella (y con otras, cabe aclarar). Es mi favorita, me excita y me hace sentir pleno en el acto sexual. No es que eso sea lo único que me importe. Es divertida y alegre, me reanima una pequeña charla con ella. Tampoco es que su plática tenga la profundidad que me fascina en las pláticas de otros, sino que su plática es tan llana y clara que mi voluntad se quiebra en cada una de sus palabras. Me tranquiliza; me da paz.

Esa es una constante que he encontrado en ellas: no hay pretenciones de por medio, sólo se es. La firmeza de mis exigencias se diluye a su lado, pues no tenemos más que una sincera relación de beneficio mutuo. Y eso, me parece, está bien. No pido más porque no quiero más. Me molesta e incomoda la necesidad de una obligación, de una responsabilidad, de una rutina. No quiero nada de eso, no lo necesito. Yo soy mi propio amor y mi propia compañía. Sinceramente creo que el amor es un pretexto para justificar el coito y para asegurar la exclusividad de alguien en ese aspecto, frente a la incertidumbre natural de nuestra existencia. Así, a temprana edad, descubrí los beneficios de tener en tu vida a las putas. Hay un interesante sentido de complicidad. Incluso de amistad, en ocasiones. Me entretienen, cumplen mis expectativas y, tan sencillo como es, me permiten satisfacer mi naturaleza humana en sus cavidades vaginales.

"Benditas sean", pienso. Mientras me visto, observo mis genitales y, con una sonrisa en la cara, exclamó para mí y para quien escuche: "Me encantan las putas."

Jerr. Octubre 30, 2008.