A las doce del día siguiente, de acuerdo a lo planeado, regresó la caravana de prensa a la ciudad de México. No aparecieron por mi cuarto Rojano ni sus expedientes. La caravana de prensa: el largo festejo de información y dinero con que la nación inventaba cada seis años a su presidente. Siete u ocho meses para amplificar voz y voluntad, rostro y gestos del candidato, su inocencia en el desastre precedente, su patriotismo en el arreglo que vendría, su paso triunfal por cada pueblo, registrado en cada periódico, en cada emisora radial, en cada pantalla televisiva, hasta formar con la suma la efigie mayor, nuevamente mitológica, del presidente de México.
Héctor Aguilar Camín, Morir en el Golfo.
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